La Venus de las Pieles
Autor: Leopold von
Sacher-Masoch.
Título: La
Venus de las pieles y otros relatos.
Títulos
originales: Venus im Pelz. Die schwarze Zarin; Verkauf; Der
Roman eines Egoisten; Ein americanisches Duel; Eine grausame
Probe; Frauenrache; Amor mit dem Korporalstock; Ein
dämonisches Weib; Die Freundinnen.
Año: 1870.
Año de esta
edición: 2010 (traducción de Rafael Hernández).
Editorial:
Valdemar.
ISBN:
978-84-7702-665-5
Leopold von Sacher-Masoch nace en 1836 en Lemberg (conocida también como
Lviv o Leópolis), en aquel momento capital de la Galitzia austriaca, que
actualmente forma parte de Ucrania, pero en aquél entonces formaba parte del
Imperio Austro-Húngaro. Lemberg será una ciudad multicultural, donde se
encuentren poblaciones húngaras, austriacas, polacas, yidis (judíos de
Centroeuropa), rusas o eslovacas. Masoch era de origen austriaco, así que
aunque Lemberg pertenezca hoy a Ucrania, hablará y escribirá en alemán (que es
además la lengua oficial, junto al húngaro, y la más importante del Imperio Austro-Húngaro).
Formará parte de la nobleza (su familia posee la titularidad sobre una
baronía), su origen aristocrático se dejará ver en cierto modo en la La
Venus de las pieles.
Masoch será un practicante de masoquismo, aunque lo que relata en
sus obras se podría entender como sumisión, más que como masoquismo, si bien
ambos conceptos se solapan en muchas ocasiones.
La edición que presentamos se publica en tapa blanda, con un formato,
tipografía, maquetación... bastante acertados a mi gusto, y que además resulta
ser muy barata (poco más de 16€), por lo que es una edición de trote.
Dirigida por Rafael Díaz Santander y Juan Luis González Caballero, y prologada
por J. Rafael Hernández Arias (con un prólogo que no nos podemos saltar de
ninguna manera), esta edición además de La Venus de las pieles recoge
otros nueve relatos cortos, todos ellos de temática masoquista. En esta reseña
nos vamos a referir únicamente a la obra principal, dejando las demás para
otras ocasiones.
Como nos explica Hernández Arias en el prólogo, Masoch tenía por proyecto
escribir un ciclo de novelas bajo el título El legado de Caín, «con
la pretensión de abarcar toda la existencia humana, en sus más variadas
dimensiones: el amor, la propiedad, el Estado, la guerra, el trabajo y la
muerte» (p. 13). En sus novelas
sobre el amor resaltará La Venus de las pieles. La novela comienza con
un sueño de un narrador en primera persona que aparece sin presentación, pero
en el que suponemos al propio Masoch, un sueño perturbador con la diosa Venus
le roba el sosiego y le lleva a ver a su amigo Severin en busca de consejo.
Séverin es un excéntrico aristócrata tenido por loco, pero en el que Masoch
encuentra un buen amigo. A partir de ahí Severin pasa a ser el narrador de una
trepidante historia cargada de erotismo, pero sin llegar a ser pornográfica (no
es éste un libro para leer a una sola mano, sí un libro para reflexionar
sobre la condición de sumiso y, por qué no, la condición de Dominante).
Severin comparte con el primer narrador las obsesiones hipersensuales,
y a partir de que es él quien relata, podemos ver la figura de Masoch y,
especialmente, sus fantasías, en este nuevo personaje. Lo que diferencia a
Severin del primer narrador es que él sí desarrolló sus pulsiones sexuales, al
conocer a Wanda en un balneario. Comienza aquí un galanteo romántico muy del s.
XIX (la época en el que fue escrito), donde las referencias al mundo clásico
son contínuas, y donde encontramos una relación que, al menos al principio,
será platónica (la misma obsesión desde la más tierna edad que Severin mantiene
hacia las imágenes de la diosa Venus no son más que el planteamiento de un amor
ideal), aunque después nos sorprenderá con un desarrollo sentimental más
pasional y rompe con la imagen inicial, casi bucólica, llevándose por delante
muchos de los tabúes que aún hoy persisten, como el de la propia Dominación
femenina o ciertos guiños al homoerotismo e incluso al travestismo, como
mencionaremos más adelante.
Severin se entrega como sumiso a Wanda, que en un principio no tiene ningún
interés en dominar a un hombre. Pero él la convence en una suerte de dominación
desde abajo, en el que él es quien decide cómo le somete su Ama. Esto nos
recuerda a las quejas de muchas Amas del s. XXI que en foros, blogs y chats se
quejan de sumisos que pretenden que ellas se conviertan en un mero instrumento
para convertir fantasías, y pretenden llevar, desde su posición de sumisos, la
voz cantante. Exactamente lo que hace Severin con Wanda, que accede a sus
fantasías por amor. Con todo, con el tiempo Wanda le va cogiendo el gustillo a
dominar, y aparentemente se convierte en una Dómina déspota y cruel, dos
actitudes que Masoch asocia contínuamente a la Dominación (¿no nos recuerda
esto también algo?), y se hace patente aquello de “ten cuidado con lo que
deseas, que se puede hacer realidad”.
Los dos emprenden un viaje de placer por Italia, en el que él tendrá que
asistir como el sirviente de su Señora. Llama la atención cómo ella rebautiza a
su sumiso con un nombre nuevo, y a partir de ese momento ya no se llamará
Severin, sino Gregor, práctica que hoy nos paterece lo más normal del mundo
dentro del BDSM. El viaje será un viaje de penalidades para Gregor, que, en
cambio, cuanto más sufre más ama a Wanda. La sumisión y el amor se ven profundamente
ligados, y son, en cierto modo, un mismo sentimiento (en principio no cabe para
Severin entregarse a una mujer de la que no está enamorado). En es viaje Wanda
somete a Severin y lo humilla, cosa que él agradece, hasta que aparece en
escena Alexis Papadopolis, un griego adinerado que acaba por enamorar a Wanda,
y del que podemos disfrutar de una escena en la que es él quien somete a
Gregor, en una especie de cesión (no consensuada, eso sí) de su Ama. La
figura de Alexis Papadopolis rompe con muchos estereotipos, y con los moldes de
los que hablábamos antes, pues se presenta como un hombre dominante, pero que
parece, físicamente una mujer, relatándose una anécdota travestista y cruel por
parte de Papadopolis. La fascinación de Gregor por Papadopolis, como todo en
él, tiene dos caras, una pasión sincera que sin llegar a ser abiertamente
homosexual, sí que guarda cierto homoerotismo, por un lado, y un miedo que le
causa angustia y dolor por el otro, pues en La Venus de las pieles no
cabe hablar de satisfacción plena, todo lo que por un lado da placer a Severin,
se lo quita por el otro, en una obsesión casi enfermiza que sólo se ve
satisfecha en el momento de la sesión (dándole una denominación actual
que él no usa), pero que después le come la cabeza y el sueño.
Una cosa que creo importante resaltar es que La Venus de las pieles
está escrito mucho antes de que existiese un concepto, más o menos discutible,
de comunidad BDSM o de socialización del BDSM. Incluso mucho antes de que
existiese el término BDSM, ni siquiera SM (de hecho será de Masoch de quien se
tome la palabra masoquismo), y por supuesto, ni el SSC ni el RACSA
existían en 1870. Sí da el paso para los contratos de sumisión. El mismo
Masoch nos presenta dos, que adjuntamos por el interés que nos supone este tipo
de documentos, uno que él firma con su mujer, Fanny von Pistor, y otro el que
Severin firma con Wanda. El primero se plantea en términos más realistas, que
bien pueden reflejar los contratos que hoy conocemos, donde se marcan los
tiempos (seis meses), los límites (no menoscabar su honorabilidad como hombre y
ciudadano, no violar su correspondencia...), mientras que el segundo es
meramente literario, donde el sumiso no tiene ningún derecho; ni siquiera a
rescindir el contrato, ni a su integridad física («lo que yo exija, ya sea
bueno o malo, tendrá que cumplirlo, y si exigiera de usted un crimen,
tendría qu convertirse en criminal para obedecer mi voluntal», o «si en
algún momento no pudiera soportan más mi dominio, si las cadenas le fueran demasiado
pesadas, en ese caso tendrá que matarse, pues yo jamás le
devolveré la libertad»). Evidentemente, estos contratos carecían de validez
legal (y Masoch presenta una ficción realista, no de ciencia ficción, La
Venus de las pieles transcurre en un lugar real, el Imperio Austro-Húngaro
e Italia, y en un momento real, la época contemporánea al autor), así que
ninguna ley obligaría a Severin a cumplir su palabra, pero Masoch echa mano de
un ideal de la palabra de honor, que es lo que obliga a no escapar,
intentando incluso, sin éxito, quitarse la vida para escapar de la Ama que en
otro tiempo le causaba placer pero en este momento le atormenta. En este
sentido, es evidente que se puede discutir mucho hasta qué punto un sumiso debe
entregar todo, incluída la vida, a su Amo, una discusión en la que no
voy a entrar en este momento, pero con todo, es fácil interpretar que se trata
sólo de una licencia literaria. Con todo, la propia Wanda, cuando redacta el
contrato y se lo da a firmar a Severin, muestra su determinación de nunca
causar daño a su sumiso, y en la propia obra Wanda describe como una licencia a
la fantasía ese apartado. Si bien, al final amenaza a Severin (en ese momento
ya Gregor) con que puede hacer con él lo que quiera.
Con todo, a pesar de ser una obra en la que la sumisión literaturizada se
impone a una sumisión real, más del día a día, aparecen en la obra algunas de
las principales realidades de la sumisión. La dominación desde abajo de
la que ya hablamos, los celos ante otros sumisos que aparecen cuando entra en
escena un pintor alemán que acaba deseando sentir los latigazos de Wanda, los
celos de otros hombres no sumisos que siente Severin de Papadopolis
(escenificándose un combate sutil, pero apasionado, entre el joven griego y el
esclavo por la atención y el amor de la Señora) o incluso los pulsos y
enfrentamientos entre Ama y sumiso, que no siempre se resuelven con la
imposición del látigo, sino que en ocasiones entran en batallas dialécticas muy
interesantes, «te podría azotar, pero esta vez prefiero responderte con
argumentos que con latigazos», le dice Wanda en un momento de discusión
airada.
Y es que Severin resultará un sumiso muy dócil a los latigazos, pero muy
disoluto a la sumisión mental, llegando a oponerse a su Señora hasta el punto
de querer matarla. Aunque su sentido del honor y el amor infinito que le
profesa, acabe imponiéndose a la frustración destructiva que echó raíces en él.
No desvelaré el final, pero decir que sorprende, sorprende mucho, y
sorprende en cierto modo de una manera negativa. No porque sea un final malo,
que no me lo parece, sino porque da una visión del masoquismo que no fue
de mi agrado, aunque hay que decir que es precisamente el final lo que le da
sentido a toda la obra, explicándose las razones que Wanda tiene para
comportarse de forma vil con Severin.
Masoch no puede escapar, al final, de una moralina que aleja al lector del
ideal masoquiano, que disfruta de su sumisión y de su entrega como algo
natural, dejando un extraño sabor agridulce. No podemos culparle, ya que
también él fue hijo de una época.
Un libro que recomendamos leer con paciencia y sabiendo leer entre líneas.
Como sumiso sentí reflejados algunos miedos y algunas preocupaciones
particulares, más allá del suceso concreto que relata. Quizá en los sucesos se
le puede achacar a La Venus de las pieles no ser tan realista como
pudiera prometer, pero sí en los sentimientos, que el autor es capaz de
reflejar y remover dentro de nosotros.